ASCENSIÓN DEL SEÑOR

CICLO C

JESÚS ASCIENDE AL CIELO Y NOS REVELA NUESTRO DESTINO ETERNO


“Y mientras los bendecía, se separó de ellos, subiendo hacia el cielo” (Lc 24,46-53).
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto." Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.




Cuento: “Un tren extraño”

Erase una vez un tren lleno de viajeros que corría veloz sin detenerse jamás. Dentro del tren, todo era movimiento, ruido y agitación. Los viajeros se instalaban cada uno a su manera y procuraban organizarse su viaje lo mejor posible. Lo sorprendente era que ninguno de ellos sabía a dónde se dirigía.

Eran frecuentes dentro del tren las disputas y enfrentamientos pues casi todos luchaban por viajar en los coches de primera y se disputaban los asientos más cómodos y seguros. Aunque nadie conocía exactamente hacia dónde corría el tren.

Mientras tanto, eran bastantes los que aprovechaban el viaje para montarse su propio negocio. En el tren se vendían y compraban toda clase de objetos, ingenios y juguetes para hacer más cómodo y agradable el trayecto. A veces, todo el tren parecía una gran feria o mercado ambulante. Nadie conocía, sin embargo, el destino último del tren.

Algunos, los menos, se interesaron por estudiar la estructura y el funciona- miento del tren. Con esfuerzo y constancia admirables llegaron a desentrañar muchos secretos de su maquinaria y aprendieron a aprovechar mucho mejor sus resortes. Sin embargo, no podían adivinar hacia dónde se dirigía aquella máquina tan poderosa y bella.

La mayoría buscaba algún pasatiempo para hacer más soportable el viaje. Bastantes se entretenían ante la pantalla de un “video”. Algunos ojeaban aburridos las revistas de siempre con las noticias y reportajes de siempre. Otros dormitaban en sus asientos. A nadie parecía preocuparle el final del viaje.

Con el tiempo, se fue imponiendo dentro del tren una consigna extraña. Los viajeros se dijeron unos a otros: “Puesto que no sabemos a dónde se dirige el tren, no pensemos más en ello. No nos preguntemos cuál es nuestro des- tino final. Sin duda, viajaremos más tranquilos”.

Y la consigna se fue extendiendo y, dentro del tren, ya nadie preguntaba por el destino último del viaje y, cuando alguno lo hacía, los demás lo miraban con extrañeza y algunos, tal vez, con sonrisa burlona: Acaso, ¿no es lo más normal viajar sin preguntarse hacia dónde nos dirigimos?

En esta fiesta de la Ascensión y después de leer esta parábola, solo una pregunta: ¿Es sensato vivir sin preguntarnos nunca por la última meta de nuestra vida?

“Salí de la presencia del Padre para venir a este mundo, y ahora dejo el mundo para volver al Padre” (Jn 16,28).


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