Cuento: “La pelea del cuerpo”:
Un día la mano izquierda le dijo confidencialmente a la mano derecha:
Mira, nosotras trabajamos todo el día, mientras el estómago no hace nada.
Las piernas escucharon y dijeron:
Tienes razón, nosotras también estamos cansadas caminando todo el día para comprarle alimentos al estómago y él sólo come sin hacer nada para conseguirlo.
La mano derecha gritó:
Hagamos huelga, no le demos ya comida al estómago. Que él se las arregle si quiere.
Entonces habló el estómago:
Amigos, vosotros estáis pensando mal. Nuestro trabajos y aptitudes son muy diferentes, pero la verdad es que dependemos muchísimo los unos de los otros.
Las manos le gritaron:
Cállate. Esos son los argumentos de un vago. Desde ahora no vas a comer nada, absolutamente nada.
Pasaron unos días y se empezaron a ver las consecuencias de sus decisiones:
¡Ay qué débil me siento! –dijo la mano derecha
Yo también, no sabes lo cansado que me siento… replicó la mano izquierda.
Las piernas se quejaron:
Nosotras apenas nos podemos mover.
Y todas las partes del cuerpo decían lo mismo. Todas se sentían desfallecer. Entonces el estómago habló:
Yo también me siento débil. Si me alimentáis podré trabajar de nuevo y vosotros y yo nos sentiremos mejor.
Todos dijeron:
Bueno, vale la pena probarlo.
Y las piernas con mucha dificultad llevaron el cuerpo a la mesa, las manos cooperaron y metieron la comida en la boca.
Al poco rato las manos exclamaron: -Ya nos sentimos mejor.
Todos los miembros del cuerpo decían lo mismo.
Entonces comprendieron que todos los miembros del cuerpo deben cooperar si quieren conservarse con buena salud. Y el estómago comprendió que él depende del trabajo de los miembros y que debe repartir por igual con los miembros todo lo que llegue a él.
Hoy celebramos la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Y aunque se trata de un misterio que sobrepasa nuestra capacidad de entender, sí que podemos extraer enseñanzas prácticas que nos pueden servir para nuestro crecimiento personal y comunitario. En Dios hay tres personas distintas (Padre, Hijo y Espíritu Santo), pero una perfecta unidad. Aprendamos en este domingo que podemos buscar la unidad en medio de nuestras legítimas diferencias. No busquemos la uniformidad, que con frecuencia se opone a la verdadera unidad, sino que, como los miembros del cuerpo, distintos unos de otros pero cooperando para el bien de todos, pongamos nuestras cualidades al servicio de los demás.
“Para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado”. (Jn 17,21).
Guión Litúrgico: