Cuento: “La fuente de agua pura”:
Un grupo de jóvenes exploradores se encontraba en medio de una zona desértica donde, después de varios días, el agua de las cantimploras se les había agotado. El guía condujo al grupo a un sito donde existía un reducido estanque. Aunque el olor era desagradable y en las aguas flotaban animalillos, los caminantes se metieron en él, llenaron sus cantimploras y acamparon en el lugar.
El guía sabía que esas aguas no eran las mejores, pero formaban parte de un plan. Dos días después, el nivel del agua del estanque disminuyó y éste se convirtió en un lodazal. Mientras los exploradores sufrían nuevamente por la falta de agua, el guía sonreía con cierta malicia, pues les quería enseñar a valorar el vital líquido.
Al día siguiente levantaron el campamento para continuar su camino y mientras caminaban, el líder les enseñó a aprovechar el agua de los charcos, pero también a no dejarse engañar por los espejismos.
Cuando ya no hubo charcos en el camino, les dijo a los exploradores: “La primera lección de este viaje es que no debemos desperdiciar el agua, pero también debemos recordar que todos los días tenemos que tomar decisiones, por lo que es necesario ser cuidadosos para no equivocarnos”.
El guía preguntó: “Si tuvieran que elegir entre el agua de un charco o el de un lago, ¿cuál preferirían?”. Todos contestaron: “¡La del lago!”. El líder continuó: “El agua de un charco es escasa y pronto se seca, pero también, por más grandes que sean el estanque o el lago, pueden secarse. No pongan su confianza en cosas que se acaban, es mejor buscar el manantial de donde brota el agua, y esa es nuestra meta de hoy”.
El guía condujo al grupo hasta un riachuelo que descendía de una montaña. Cuando los exploradores lo vieron, corrieron a calmar su sed, llenaron sus cantimploras y se bañaron en sus aguas. Entonces el guía les dijo: “La siguiente lección es no dejarse llevar por las apariencias. Ustedes creen que estas aguas son totalmente puras, pero no es así”. Luego señaló hacia un punto y todos descubrieron que el río pasaba antes por un poblado donde las mujeres lavaban su ropa.
El líder del grupo les pidió que salieran del agua y que caminaran río arriba. Una hora después se encontraron con dos pequeñas presas y muchos canales. El guía les dijo: “Estos elementos le quitan fuerza al río y disminuyen su caudal. Subiremos un poco más para que conozcan el caudal verdadero. Esa será nuestra siguiente lección: ¡Hay que esforzarse para encontrar lo mejor!”.
Más adelante, los caminantes quedaron admirados del tamaño del río y de lo limpio de sus aguas. Entonces el guía volvió a hablar: “Sé que están fatigados, pero les pido un último esfuerzo para que puedan contemplar lo mejor. Si caminan un poco más podrán descubrir el hermoso manantial y ver las aguas más frescas y limpias que jamás han imaginado”.
Los aprendices hicieron su último esfuerzo hasta que encontraron la fuente de las aguas cristalinas. Ahí, el guía concluyó la reflexión: “En este recorrido quise mostrarles el valor del agua y algunas actitudes ante la vida. Aunque podemos conformarnos con agua sucia o maloliente, es mejor buscar el agua pura y cristalina de manantial. No se conformen con aguas encharcadas. No se dejen engañar por las que aparentemente están limpias. No se conformen con las aguas disminuidas por presas. Busquen siempre la fuente de agua viva”.
Los nuevos exploradores aprendieron la lección. Regresaron a su vida ordinaria, pero ninguno volvió a ser el mismo. Adultos, jóvenes y niños aprendieron a no calmar su sed con cualquier tipo de agua. Tampoco su espíritu se sació con aguas superficiales. Se dedicaron a buscar con profundidad la sabiduría, la verdad, la amistad, el amor y todos los valores de la vida. Comprendieron que Dios es el único manantial de agua viva.
“Dios, tú mi Dios, yo te busco, sed de ti tiene mi alma, en pos de ti languidece mi carne cual tierra seca, agotada sin agua" . (Sal 62).
Guión Litúrgico: