Cuento: “Tentaciones infantiles”:
Era un sábado por la mañana cuando los padres de Gustavito y Sebastián salieron al supermercado. Antes de salir de casa convencieron a los niños sobre la importancia de hacer bien las tareas escolares. Los dos chiquillos acercaron sus útiles a la mesa de trabajo y se dispusieron a terminar lo que les faltaba. De pronto, Gustavito, el hermano mayor, le dijo a Sebastián: “¿Qué tal si en lugar de hacer la tarea vemos la televisión?”. A Sebastián le gustó la idea y con una sonrisa maliciosa le dijo: “No sería mala idea. De todas maneras ni se van a dar cuenta mis papás porque se van a tardar mucho. Nos ponemos a ver la televisión y cuando escuchemos que llega el auto corremos a la mesa para continuar nuestro trabajo”. Gustavito reflexionó un poco, se rascó la cabeza con la punta del lápiz, hizo una mueca con la boca y luego le dijo a Sebastián: “Mejor no. Quizás podamos engañar a nuestros padres, pero si no terminamos la tarea no aprenderemos lo necesario para los exámenes y además nos va a regañar la maestra”.
Sebastián hizo muecas, pero continuó haciendo su trabajo. De pronto, fijó su mirada en un mueble cercano y exclamó: “Mi mamá olvidó el monedero y está abierto”. Efectivamente, la pequeña bolsa mostraba billetes y monedas. El pequeño Sebastián le dijo a Gustavo con tono intrigante: “Mamá no cuenta siempre lo que guarda ahí. ¿Por qué no le sacamos un billete o unas monedas para comprar dulces en la tienda de la esquina?”. Gustavito se animó, pero después volvió a reflexionar. Guardó silencio y le preguntó a Sebastián: “¿No sería eso robar?”. Sebastián contestó rápidamente: “¿Robar? No lo creo. Ese dinero es de mamá y por lo tanto es como si fuera nuestro”. Gustavito no estuvo de acuerdo y dijo: “Yo creo que sí estaríamos robando aunque sea a nuestra mamá. Y eso se me hace muy feo”. Sebastián trató de convencer a su hermano: “¡Aunque sea tantito! ¡Una sola monedita! Sólo para un caramelo y lo partimos a la mitad, ¿Si? ¿Verdad que sí?”. Pero Gustavo le contestó: “¡No! Si quieres hazlo tú, pero yo no. Y te advierto que si compras algo con lo robado yo no lo aceptaré”. Sebastián se enojó momentáneamente. Se acercó al monedero dispuesto a tomar dinero, pero se detuvo.
Estuvo algunos instantes frente al monedero, contemplando las monedas, hasta finalmente decidió alejarse y terminar su tarea. Más tarde llegaron sus padres con las bolsas de las provisiones. Su papá se acercó a darles un beso mientras les decía: “¡Estoy seguro de que se portaron muy bien!”. Los pequeños se vieron mutuamente y, cómo si se hubieran puesto de acuerdo, dijeron al mismo tiempo: “¡No! No nos portamos bien”. Al oír esto, su madre se acercó y les preguntó qué habían hecho de malo. Primero habló Gustavo: “Nos dieron ganas de encender la televisión y dejar de hacer la tarea”. Entonces les preguntó su papá. “¿Y lo hicieron?”. Gustavito contestó que no. Entonces intervino Sebastián: “A mí me dieron ganas de tomar dinero del monedero que olvidó mamá e ir a la tienda para comprar dulces”. Su mamá le preguntó: “¿Y lo hiciste?”. El pequeño contestó: “¡No!”. Al escuchar esas respuestas su papá sonrió discretamente y luego les dijo: “Con sus respuestas me doy cuenta de que no hicieron nada malo. Ya me habían espantado”.
La tentación en sí misma no es mala; lo malo es caer en ella. Y la tentación puede ser una ocasión para volver a elegir a Dios. ¡Qué maravilla! Es decirle al Señor: “Dios mío, te prefiero a ti”. Pidámosle a Jesús que nos ayude a sofocar el poder de la tentación y que, con su ayuda, convirtamos la tentación en un momento para reafirmar nuestra opción por Dios.
“... y no nos dejes caer en la tentación, más líbranos del mal." . (Mt 6,13).
Guión Litúrgico: