DOMINGO I DE ADVIENTO

CICLO A

JESÚS NOS INVITA A ESTAR PREPARADOS.


“Estad en vela para estar preparados.” (Mt 24,37-44)
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por lo tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.




Narración: “JESÚS VISITA”:

Antonio era un zapatero remendón ya anciano.

Una noche después del trabajo se puso a leer su Biblia, y pensó: «¿Que haría si se presentara el Señor en mi casa?» Quedó dormido con estos pensamientos hasta que le despertó una voz:

—Antonio, Antonio. Mañana vendré.

Al día siguiente el buen zapatero estaba inquieto porque esperaba la visita del Señor. A través del ventanuco que daba a la calle vio los pies del anciano Francisco que paleaba la nieve. Antonio golpeó la ventana con los dedos y lo hizo entrar para que se calentara y bebiera un poco de té.

—Gracias, Antonio —dijo el anciano Francisco mientras se marchaba—. Me has dado alimento y confortado el cuerpo y alma.

Era ya mediodía cuando dio comida y ropa a una forastera desaliñada que llevaba a su bebé en brazos. La pobre mujer rompió a llorar cuando aquel anciano al que no conocía de nada le ofreció también su propio capote y unas monedas.

—El Señor te bendiga, buen hombre, —musitó sollozando al abandonar la pequeña estancia.

Era ya tarde y el Señor Jesús no había venido. Antonio vio cómo un niño harapiento robaba a una anciana una manzana de su cesto. Ésta le había agarrado y le tiraba de los pelos.

—Déjalo, abuela. No lo hará más —intervino Antonio.

La anciana lo soltó.

—¡Pide perdón a la abuela! Y no lo hagas más. Te vi robar la manzana.

El niño rompió a llorar y pidió perdón.

—Así me gusta. —Antonio tomó una manzana del cesto y se la dio al muchacho.

—Aquí tienes una manzana. Yo te pagaré, abuela.

—Merecía que lo azotaran para que se acordara toda una semana —contestó la anciana.

—Abuela, abuela. Eso es lo que queremos nosotros. No lo que quiere Dios. Si debemos azotarlo por robar una manzana... ¿qué mereceremos nosotros por nuestros pecados?

Y el niño se ofreció ayudarla a llevar el saco porque iba por el mismo camino. Y marcharon juntos, el niño con el fardo de manzanas y ella apoyada en su hombro. Antonio regresó a su zapatería y terminó el trabajo del día, y al volver a abrir su Biblia creyó oír rumor de pasos en el oscuro rincón. Escuchó una voz al oído:

—Antonio, Antonio... ¿No me conoces? —Y del rincón salió Francisco que le sonrió y se disipó como una nube.

—Soy yo —repitió la voz—. Y de la oscuridad, surgió la mujer con el niño que también se desvaneció en las sombras.

—Soy yo —volvió a oír— y vio a la anciana y al niño con sus manzanas que sonreían y desaparecían.

Y Antonio comprendió que el Salvador le había visitado tres veces ese día.

"Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”. (Mt 24,42).


Guión Litúrgico:

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