DOMINGO V DE PASCUA

CICLO B

JESÚS ES LA VERDADERA VID.


““El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante”. (Jn 15,1-8)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos."




Cuento: “El árbol y sus ramitas”:

Paseando por el bosque, me tumbé a descansar y me puse a contemplar el esqueleto de los árboles en otoño.

Después de mucho rato me quedé extasiado contemplando las sinuosidades de los troncos, y las variadas formas de sus ramas y ramificaciones que se desprendían de aquellas.

Observé que un árbol había empezado siendo un tronco principal y alcanzada cierta altura, se abría en dos o tres partes y, algo más arriba, cada una de estas partes se dividían nuevamente en otras cinco o seis, las que a su vez y más arriba, se subdividían en más ramitas cada vez más delgadas.

La visión de conjunto del árbol era similar a una red de ramas de distintos grosores y tamaños.

Sentí que podía comparar ese esqueleto que observaba con el camino que yo había recorrido en mi vida. Y cualquier ramificación podía representar una elección por mí tomada en ese punto del camino; decisión que me había conducido a otra rama y esa a sus opciones más pequeñas, que a su vez se abrían en ramitas más chiquitas, en más caminos…

Al mirar a mi alrededor, me inundó una angustia terrible por tantas ramas secas dispersas sobre el suelo, caminos perdidos que pude haber elegido.

Entonces, volviendo mi mirada a la visión global del árbol, descubrí que, sin importar en qué parte del árbol estuviese, el entramado de ramas grandes y pequeñas, jóvenes y menos jóvenes, si permanezco unido a árbol voy a estar seguro. ¡Qué tranquilidad! ¡Gracias, querido árbol! Fin.

“Y ahora, hijos míos, permaneced en él para que, cuando se manifieste, tengamos plena confianza y no quedemos avergonzados lejos de él en su Venida” . (1 Jn 2,28)


Guión Litúrgico:

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