DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO

CICLO B

JESÚS ES EL MÉDICO DE LAS ALMAS Y DE LOS CUERPOS.


“Curó a muchos enfermos de diversos males”. (Mc 1,29-39)
En aquel tiempo, al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.

Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron. "Todo el mundo te busca." Él les respondió: "Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido." Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.




Cuento: “Compartir el dolor del prójimo”:

El hambre desolaba la ciudad de Damasco… Ninguna lluvia caía del cielo sobre la seca tierra, los árboles se morían en los vergeles, las fuentes se agotaban, los bosques ya no tenían ni hojas ni frutos, las colinas estaban sin verdura y sin pájaros y los hombres se veían, por lo tanto, obligados a comer langostas.

En medio de esta general desolación, hallé a uno de mis amigos, gran personaje, lleno de honores y poseedor de una fortuna inmensa.

Sin embargo, ya no conservaba más que los huesos y la piel, por lo que hube de manifestarle mi sorpresa: “¿Qué accidente –le dije- te ha puesto en un estado tan lamentable?”

Y me respondió encolerizado:

-“¿No ves qué azote destruye la comarca? La miseria ha llegado a su apogeo, el cielo no deja caer la lluvia y la queda de los hombres no puede subir hasta el cielo”.

Yo le contesté:

-“¿Por qué te apuras? Tú eres rico y no puedes, como los demás, morir en la miseria?”

Mi amigo me dirigió entonces una mirada de lástima semejante a la que se dirige a los ignorantes.

-“El hombre de corazón –me dijo- no permanece en la orilla cuando sus compañeros son arrastrados por la corriente; no es el hambre lo que hunde mis mejillas y da a mi frente el color del marfil; es la angustia por aquellos a quienes la miseria consume. El sabio teme más el sufrimiento de los demás que el suyo propio y el hombre bueno debe siempre compartir el dolor de su prójimo. Cuando contemplo a mi alrededor a tantos desgraciados que perecen de hambre y de sed, tengo horror a los alimentos como se tiene horror al veneno.

Un jardín lleno de luz y de pájaros pierde todo su encanto, al pensar en el amigo que gime en una prisión húmeda y negra”.

“¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios!”. (2 Co 1,3-4).


Guión Litúrgico:

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