DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO

CICLO B

JESÚS NOS ENSEÑA A ENTREGARNOS SIN MEDIDA


“Andaban como ovejas sin pastor”. (Mc 6,30-34)
En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: "Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco." Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.




Cuento: “No pesa... es mi hermano”

En 1917 el sacerdote católico Edward Joseph Flanagan (1886- 1948) fundó, con 90 dólares prestados, una casa para niños sin hogar en Omaha (Nebraska). En un principio contó solo con cinco niños: tres procedían de tribunales tutelares de menores y dos habían sido recogidos en la calle. Pronto, se vio obligado a ampliar los locales de su fundación, adquirió una granja a unos dieciocho kilómetros de Omaha y trasladó allí su residencia llamándola “Boys Town” (La ciudad de los muchachos).

El padre Flanagan, que dedicó toda su vida a la educación de niños y jóvenes delincuentes y abandonados, estaba convencido de que la fórmula más adecuada para su reinserción era fomentar en ellos el espíritu de responsabilidad e implantó un régimen de autogobierno en el que los chicos organizaban su ciudad.

Un día de 1918, el padre Flanagan fue llamado para atender a una señora que venía con su hijo, Howard Loomis, de unos trece años. Cuando entró en la sala de visitas, la madre se acercó a saludarlo, pero el niño no se movió de la silla. El sacerdote supuso que no se levantó a saludarlo por timidez o por nerviosismo…

La señora lo convenció para que admitiese a su hijo, pues su marido los había abandonado y ella, que no tenía casa propia, tenía que ganarse la vida sirviendo como criada. El padre salió a despedirla y volvió a la sala de visitas.

- Vamos Howard, te llevaré al pabellón donde vivirás. Un compañero te enseñará el dormitorio, el comedor… y te dirá nuestras costumbres para que sepas lo que tienes que hacer.

Howard bajó la cabeza y no se movió de la silla.

- Vamos- repitió el padre Flanagan.

El muchacho siguió inmóvil, levantó despacio la cabeza y miró al padre con ojos de súplica y temor.

- ¿Te pasa algo? - dijo el sacerdote entre cariñoso y perplejo.

- Es que... es que no puedo andar... Soy paralítico.

Flanagan tenía por norma no admitir a niños con enfermedades que los imposibilitaran para seguir el ritmo de trabajo, estudio, recreo y oración establecido en la ciudad. Disimuló como pudo su disgusto y trató de sonreír a aquel pobre inválido que, de forma “fraudulenta”, había recogido.

Howard había tenido polio y caminar era muy difícil para él, especialmente cuando tenía que subir o bajar escaleras. Usaba un complicado aparato ortopédico para las piernas y, con frecuencia, los otros muchachos se turnaban para llevarlo de un sitio a otro cargado en sus espaldas.

Un día que fueron de picnic, lo llevaba a cuestas Reuben Granger, uno de los muchachos más grandes. Incapaz de ocultar el cansancio producido por la distancia, lo difícil del camino y el peso de Howard, el padre Flanagan con tono cariñoso le preguntó:

- Amigo, ¿pesa mucho?

Reuben, con inefable expresión de cara y encogimiento de hombros que encerraban una gran carga de amor, de valor y de resignación, le respondió con fuerza y decisión:

- "Él no pesa, padre... es mi hermano”.

“Y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma”. (Ef 5,2)


Guión Litúrgico:

Guión Litúrgico