Cuento: “El águila que se resignó a vivir como gallina”:
Un hombre encontró un huevo de águila. Se lo llevó a casa y lo colocó en el nido de una gallina de corral. El huevo de águila fue incubado y nació junto con los demás pollitos, creció con la nidada y a lo largo de toda su vida hizo lo mismo que hacían los otros pollos. Escarbaba la tierra en busca de gusanos e insectos, piaba como los demás y nunca hizo el intento de volar; como todas las gallinas, no podía sino saltar y volar solo algunos metros.
Pero un día, levantando los ojos, vio allá arriba en el cielo una magnífica ave que flotaba elegante y majestuosa por entre las corrientes de aire, moviendo apenas sus poderosas alas. El aguilucho miraba asombrado hacia arriba.
¿Qué es eso? -Preguntó a una gallina que estaba junto a él.
“Es el águila, el rey de las aves”, respondió la gallina. Pero no pienses en ello, Tú y yo somos diferentes” .Y el águila, criada con las gallinas vivió y murió creyendo que era una gallina de corral. Había renunciado a ser lo que era, un águila real.
Un famoso dicho reza así:: “Dime con quién andas y te diré quién eres”. Nos conformamos fácilmente con los de nuestro grupo de amigos o compañeros. No tenemos la fuerza de voluntad para vivir según nuestros convencimiento y nuestra fe. Nos acobardamos.
Hechos a imagen y semejanza con Dios, y sobre todo, renacidos por el agua y el Espíritu santo nos olvidamos de nuestra dignidad de hijos de Dios y discípulos del Señor Jesús.
Si nuestro interés se concentra únicamente en los bienes materiales, si cortamos las alas a nuestros deseos de algo superior, corremos el riesgo de conformarnos a este mundo y reducir nuestras aspiraciones que nos conducirían a ser verdaderos discípulos de Jesús, auténticos cristianos. Nos limitamos a ser bautizados, a haber nacido de Dios, pero no nos comportamos como tales. Tal cual el aguilucho que aunque había nacido de un águila se conformó a vivir como gallina.
“Sucedió que cuando todo el pueblo estaba bautizándose, bautizado también Jesús y puesto en oración, se abrió el cielo, y bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma” (Lc 3,21-22).
Guión Litúrgico: